Qué loco toparse con un mensaje viejo "destinado a ..." o una foto de fiestas pasadas en la cual estábamos con
tal o cual persona que ya no vemos tan seguido o que, incluso, no hemos vuelto
a ver.
Porque son postales, ya raramente impresas, que nos llevan a quiénes
éramos en aquel momento de nuestra vida y hacen pensar en la distancia que nos
separa de ese ayer. Cabe preguntarse si acaso este cambio de hábito -el de las
fotos impresas por el del conservar el archivo de manera digital- no sea un
reflejo del cambio social, en donde una relativa estabilidad anterior ha dejado
lugar al predominio de lo etéreo, volátil, virtual, relaciones de menor
compromiso y de duración más acotada.
Ya no imprimimos las fotos, ¿para qué? ¿Para montarlas y desmontarlas
al momento?
Si bien no se las imprime, por lo menos se las
conserva como archivo. Ocupan espacio en el disco rígido, me abarrotan el
pendrive, pero... ¡son tan de unx! ¿Borrarlas? Lo he pensado, pero no me
atrevo; son recordatorios de cómo hemos llegado a dónde estamos y a quién
somos hoy.
Los avances tecnológicos, la producción masiva de
objetos (y de información) y los consecuentes cambios en las estructuras
economicas y sociales configuraron -a finales del s.XIX- un torbellino social, elegantemente
descripto en el libro de Marshall Berman, "Todo lo sólido se desvanece en
el aire", donde la inseguridad acarreada por la inestabilidad de los
cambios que se suceden -cual fichas de dominó- es moneda corriente.
Y ya que hablamos de inestabilidad, vale destacar
que el cambio constante (aunque espero no de un ritmo vertiginoso, como en el
mundo de Bermann) también está en nosotrxs.