Como El Loco que salta al vacío, unx se lanza. Elige ese
escenario, ese momento, esa primera impresión que le causó el sujeto como punto
inicial. Y entonces, si el relato gusta, habrá llegado para quedarse. La
anécdota, cual si siempre hubiera existido, queda ahí. Indefectiblemente la repetiremos –aunque con sutiles alteraciones- a
lo largo de los años, olvidándonos de lo que alguna vez fue: una historia en
potencia, un cuento amorfo que logramos –con mayor o menor consciencia de ello-
recortar de un cuadro mayor.
“Era la mujer más hermosa del lugar”, escuché decir a mi
abuelo. Mas, la confesión verdadera llegaría años más tarde. Mi abuelo Luis le
habría tratado de sacar el teléfono a alguna otra ninfa aquella misma noche en
que conoció a mi abuela Rosa, más la ninfa número uno se habría negado.
Rechazado en primera instancia, mi abuelo distinguió en el fondo del salón una
joven distraída cual Venus mirando al vacío…unos ojos implacables en un momento
de descanso y, sí, en efecto, mi abuelo se quedó “sin aliento”.
¿Cuánto más “real” u “honesto” hubiera sido el relato de
haber comenzado todas las veces por este detalle ínfimo? Desconozco y, en
cierto modo, no interesa. Ciertamente, los principios no son –del todo-
azarosos. Luis y Rosa estuvieron casados hasta la muerte del primero (unos 43
años).
En cada esquina se asoma una historia nueva… ¿cuántas comenzarán hoy?

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